Después de que se ha desinfectado térmicamente el material del que se alimentará el hongo y que ha sido sembrado con el micelio envasándolo en contenedores de plástico, el horticultor acostumbra hacer perforaciones diminutas en el plástico por las que penetra el aire, ventilando, lo cual acelera el estrellado del inóculo, especialmente en climas cálidos.
Cuando esta operación no se realiza el tiempo de invasión aumenta considerablemente, hay más riesgo de contaminación bacteriana sobre todo en sustratos muy húmedos y en el caso de cilindros el micelio se debilita a tal grado que perece en 48 horas.
Desafortunadamente el aire no es lo único que puede penetrar: también lo hacen los insectos y los contaminantes microscópicos, especialmente en granjas con contaminación cruzada. El daño no es visible de inmediato sino después de 10 a 15 días cuando los estragos ocasionados por las larvas hambrientas de los insectos se ven como zonas oscuras sin invasión delimitadas por micelio que pareciera haber sido recortado por tijeras. Pronto surgirán las nubes de voladores que buscarán nuevas bolsas en las cuales colocar sus huevecillos. La expansión es geométrica. Si estimamos 30 descendientes en 2 y media semanas en clima cálido y una proporción 1:1 de los sexos, en 5 semanas tendríamos 15x15= 225 hijos, en 8 semanas 112x112= 12,500 descendientes, con lo cual, en condiciones ideales, la cantidad de voladores en la granja podría alcanzar cifras astronómicas en menos de 3 meses.
Esa es la razón por la cual se aplican biocidas en las plantas medianas y grandes aunque en ocasiones también los daños pueden ser cuantiosos a escala doméstica.
Los insecticidas más utilizados suelen ser organofosforados (diazinon) y piretroides (permetrina y sus derivados). Los segundos tienen la ventaja de ser menos tóxicos para el ser humano y su acción residual es mucho menor. Las fumigaciones se hacen diariamente en la época de calor y luego con menos frecuencia en el invierno aunque esto varía según la zona geográfica. |